Antes de llegar a la confluencia donde el río Pisuerga vierte sus aguas en el padre Duero, discurre la cañada o Camino Real junto al río Pisuerga en los límites del término municipal de Geria con el de Simancas, junto a Mosquila. En este lugar se dio hace muchísimos años, quizá siglos, un hecho insólito por el que, desde entonces, se conoce al lugar por el nombre de “El Salto del Pellejero”.
Ramón, el principal protagonista de esta narración, era un apuesto joven extremeño que en compañía de su caballo alazán, recorría los pueblos castellanos comprando pieles de cordero y oveja; ganado que por aquellas fechas abundaba en los campos de Castilla.
El joven Ramón además de comprar pieles, vendía toda clase de especias con lo que se ganaba la vida con cierta comodidad. De carácter alegre y debido al trato con las mujeres, se decía de él que tenía una novia en cada pueblo; pero lo cierto era que su corazón ya estaba preso en las redes del amor. Una joven zagala que vivía en lo que hoy llamamos "Pesqueruela” se había adueñado de su corazón sin apenas él darse cuenta.
Hortensia que así se llamaba la joven zagala, tenía diez y seis años y estaba dotada con todos los encantos que la madre naturaleza había podido depositar en una joven. Era guapa y bien formada con una cabellera negra que servía de adorno a su rostro angelical. Así que no era de extrañar que Ramón, el pellejero, se hubiera prendado de ella.
La joven pastora parecía no hacer caso de los galanteos que Ramón la dirigía siempre que tenía ocasión para hacerlo. Hortensia le decía, que ella no quería ser una más de su colección. Le decía que, según ella quería ser para un solo hombre, quería que ese hombre fuera sólo para ella.
Ramón no lograba hacerla comprender que era a ella a quién de verdad quería, que las demás solo eran pasatiempo.
Así las cosas, Hortensia vivía feliz al lado de sus padres, les ayudaba en cuantos menesteres era necesaria su ayuda. Muchos sábados en los que su padre tenía que trasladarse a la ciudad para vender el queso o a otros menesteres, ella se encargaba de sacar el ganado a pastar. Acompañada de su perro y provista de huso y rueca, siempre dispuesta a hilar un vellón de blanca lana, mientras las ovejas pacían tranquilamente a las orillas del Pisuerga y su pensamiento volaba al lado de aquel apuesto pellejero.
Un hecho insólito, casi increíble, ocurrió un cálido sábado del mes de mayo. Hortensia hilaba mientras sus ovejas se recreaban en los verdes pastos que una primavera lluviosa había propiciado.
Ramón había pasado la noche en Tordesillas, madrugó como tenía por costumbre para dirigirse a Simancas donde casi siempre le aguardaban las pieles de los corderos y ovejas que en el lugar se sacrificaban. Después pasaría por el puente romano y se dirigiría a Pesqueruela, con la única intención de pasar un rato al lado de su amada, porque estaba seguro de que aquella zagala le amaba; a pesar de la resistencia de la joven a reconocerlo.
El caballo “Volador” estaba también compenetrado con su amo que parecía que le adivinaba el pensamiento. Era veloz y siempre estaba dispuesto a llevar a la práctica el deseo de su amo.
Llegaban a un altozano que había en los límites del término municipal de Geria con el de Simancas, por el Camino Real junto al río Pisuerga, justo al lado de Mosquila. Ramón dirigió una mirada al otro lado del río y allí vio a la zagala de sus sueños hilando lana. Paró su cabalgadura y en esos momentos una idea debió de cruzar por su mente y sin pensarlo dos veces se dispuso a ponerla en práctica. Subió a lo más alto del montículo y desde allí lanzó a su caballo al galope con la intención de salvar el río de un salto.
Cuando ya estaba a punto de iniciar el salto, grito: “Hortensia, ¡allá voy!”
La joven hilandera reconoció la voz del hombre que amaba y no pudo por menos de exclamar: “Loco, más que loco!”, cuando ya caballero y caballo nadaban con toda tranquilidad hacia donde ella estaba.
Ya en tierra firme Ramón y Hortensia se fundieron en un amoroso abrazo, jurándose amor eterno.
Pasado algún tiempo los jóvenes se casaron y vivieron muchos años muy enamorados y felices.
Este hecho increíble dio lugar al nombre de aquel paraje “El Salto del Pellejero”.
Ramón, el principal protagonista de esta narración, era un apuesto joven extremeño que en compañía de su caballo alazán, recorría los pueblos castellanos comprando pieles de cordero y oveja; ganado que por aquellas fechas abundaba en los campos de Castilla.
El joven Ramón además de comprar pieles, vendía toda clase de especias con lo que se ganaba la vida con cierta comodidad. De carácter alegre y debido al trato con las mujeres, se decía de él que tenía una novia en cada pueblo; pero lo cierto era que su corazón ya estaba preso en las redes del amor. Una joven zagala que vivía en lo que hoy llamamos "Pesqueruela” se había adueñado de su corazón sin apenas él darse cuenta.
Hortensia que así se llamaba la joven zagala, tenía diez y seis años y estaba dotada con todos los encantos que la madre naturaleza había podido depositar en una joven. Era guapa y bien formada con una cabellera negra que servía de adorno a su rostro angelical. Así que no era de extrañar que Ramón, el pellejero, se hubiera prendado de ella.
La joven pastora parecía no hacer caso de los galanteos que Ramón la dirigía siempre que tenía ocasión para hacerlo. Hortensia le decía, que ella no quería ser una más de su colección. Le decía que, según ella quería ser para un solo hombre, quería que ese hombre fuera sólo para ella.
Ramón no lograba hacerla comprender que era a ella a quién de verdad quería, que las demás solo eran pasatiempo.
Así las cosas, Hortensia vivía feliz al lado de sus padres, les ayudaba en cuantos menesteres era necesaria su ayuda. Muchos sábados en los que su padre tenía que trasladarse a la ciudad para vender el queso o a otros menesteres, ella se encargaba de sacar el ganado a pastar. Acompañada de su perro y provista de huso y rueca, siempre dispuesta a hilar un vellón de blanca lana, mientras las ovejas pacían tranquilamente a las orillas del Pisuerga y su pensamiento volaba al lado de aquel apuesto pellejero.
Un hecho insólito, casi increíble, ocurrió un cálido sábado del mes de mayo. Hortensia hilaba mientras sus ovejas se recreaban en los verdes pastos que una primavera lluviosa había propiciado.
Ramón había pasado la noche en Tordesillas, madrugó como tenía por costumbre para dirigirse a Simancas donde casi siempre le aguardaban las pieles de los corderos y ovejas que en el lugar se sacrificaban. Después pasaría por el puente romano y se dirigiría a Pesqueruela, con la única intención de pasar un rato al lado de su amada, porque estaba seguro de que aquella zagala le amaba; a pesar de la resistencia de la joven a reconocerlo.
El caballo “Volador” estaba también compenetrado con su amo que parecía que le adivinaba el pensamiento. Era veloz y siempre estaba dispuesto a llevar a la práctica el deseo de su amo.
Llegaban a un altozano que había en los límites del término municipal de Geria con el de Simancas, por el Camino Real junto al río Pisuerga, justo al lado de Mosquila. Ramón dirigió una mirada al otro lado del río y allí vio a la zagala de sus sueños hilando lana. Paró su cabalgadura y en esos momentos una idea debió de cruzar por su mente y sin pensarlo dos veces se dispuso a ponerla en práctica. Subió a lo más alto del montículo y desde allí lanzó a su caballo al galope con la intención de salvar el río de un salto.
Cuando ya estaba a punto de iniciar el salto, grito: “Hortensia, ¡allá voy!”
La joven hilandera reconoció la voz del hombre que amaba y no pudo por menos de exclamar: “Loco, más que loco!”, cuando ya caballero y caballo nadaban con toda tranquilidad hacia donde ella estaba.
Ya en tierra firme Ramón y Hortensia se fundieron en un amoroso abrazo, jurándose amor eterno.
Pasado algún tiempo los jóvenes se casaron y vivieron muchos años muy enamorados y felices.
Este hecho increíble dio lugar al nombre de aquel paraje “El Salto del Pellejero”.
Agustín Herrero.
Vecino de Simancas.
Publicado en la revista “Micaela” de Geria.